jueves, 22 de mayo de 2008

Compañerismo

Ayer recibí una llamada. Media hora de conversación con mis antiguos compañeros de trabajo, mis primeros compañeros en Madrid, media hora de conversación con unos compañeros con los que compartí 6 meses de mi carrera laboral, algunas confidencias, muchas risas, alguna que otra mala cara, discusiones sobre desarrollo de software y futuros proyectos... Todo esto me ha hecho recordar a todos los compañeros que han compartido espacio de trabajo conmigo en mi tierra, de donde yo vengo... y las comparaciones son odiosas, pero mis antiguos compañeros, aquellos con los que compartí tantos años, son unos miserables incompetentes y antipáticos. No hablo en pasado porque sé que aún lo son.

Joder, que alguien me dijo una vez que pasábamos más tiempo entre nosotros que con nuestras familias y eso nos convertía en algo más que compañeros... por aquella época en la que se me comparaba constantemente con un becario y lo de hacer horas extras estaba a la orden del día. De esa época conservo 4 compañeros que son realmente amigos, el resto se han borrado de mi memoria. Se han borrado porque además de no haberme enseñado nada tampoco es que les tuviese especial simpatía porque estaban más pendientes de apuñalarte por la espalda. Desde que estoy aquí vivo sin la presión de la competencia entre compañeros, pero en mi tierra las cosas eran muy distintas: poco trabajo, pocas ofertas, empresas malísimas, mala planificación, mucha incompetencia y demasiada mala leche.

Una vez le repliqué a una compañera por que más que programar lo que ella hacía eran jeroglíficos y encima se jactaba de ello. Cojonudo para ti, bonita, pero para el que tiene que leer la mierda que programas es un jodido sufrimiento. Otro compañero, que destacaba más por su brutalidad equiparable a la de un arado que por su brillantez, la defendió hasta el punto de intentar agredirme físicamente. Bueno, tío, si te la querías beneficiar acabarías antes emborrachándola y llevándola a un rincón oscuro que haciéndote el caballero andante. El caso es que nunca me sentí integrado, ni siquiera después de 3 años en la misma empresa. Igual el hecho de que durante 3 años en la misma empresa nunca llegase a tener contrato indefinido ayudó.

El caballero andante , un año después de esa pequeña bronca, se me acercó un día y me invitó a su boda. Sé que lo hizo porque sabía que le devolvería el sobre con dinero y justo el día anterior un par de compañeros le comunicaron que no podrían asistir. Tenía que amortizar sus cubiertos, digo yo. Aproveché para emborracharme y poner a parir a mi ex, que trabajó en la empresa conmigo, delante de los que era sus excompañeros y pronto serían mis excompañeros.

Y es que el ambiente de trabajo resulta primordial para llevar un proyecto a buen puerto. Cuando no sabes cómo se desarrolla un proyecto y tu único fin es cobrar al cliente por algo que se aproxime a lo que él quiere, que a ti te cueste poco y que no necesites gente especialmente competente en su desarrollo tampoco te hace falta. Con contratar a cuatro idiotas más pendientes de conservar su empleo que de hacer las cosas bien te sobra.

Al llegar aquí noté cómo los compañeros intentaban que me integrase lo antes posible en la dinámica de relaciones entre empleados y eso me gustó. Supongo que esto se encuentra con facilidad en una empresa donde la gente está acostumbrada a las rotaciones continuas y será más complicado encontrarlo en una empresa donde llevan toda su puñetera vida trabajando cuatro amargados que, para rematarlo, te ven como una amenaza.

Resulta que pasé tres años de mi vida con unas personas que ni se acuerdan de mí y después de seis meses en otro lado puedo decir que aprecio a mis antiguos compañeros y todo son buenas palabras al referirme a mi antigua empresa.

Y donde estoy ahora, me han metido en la lista de direcciones para enviar correos graciosos y se han disculpado porque creían que ya estaba incluido.

Se me ha escapado una lagrimita.

jueves, 8 de mayo de 2008

La huida

Hace una semana que cambié de trabajo. Mismo sector, misma actividad, distinta empresa.

Bajé a la cafetería.

No cogí el ascensor, porque para bajar un solo piso no era necesario. Llevo casi una semana aquí y solo había visto llamar al ascensor a la gente de corbata, esos que llevan traje. Yo soy más de vaqueros y camiseta, de ir cómodo a trabajar. El traje siempre me ha parecido una forma de enmascarar lo poco que realmente somos. Lo más triste es que aquellos que tenemos enfrente nos tratan de forma distinta según nuestra forma de vestir, según nuestra fachada.

Los hombres de traje cogían el ascensor para subir o bajar un solo piso. Debe ser una cuestión de estatus, no lo sé. Yo, como visto vaqueros, como soy más práctico, bajo por las escaleras. Y bueno, ¡qué coño!... porque tenía hambre y quería comerme un sandwich, no quería esperar a que el ascensor acudiese a mi llamada.

La cafetería estaba vacía.

Echando cuentas mientras se deslizaba mi sandwich por su carril en la máquina expendedora me percaté de los 6 meses que llevaba ya en la capital. Huí de la mierda de la ingeniería provinciana, del trabajo mal hecho, quería crecer como profesional, no parecer profesional.

En la máquina expendora se encontraba atascada una pequeña botella de zumo. Curiosamente ayer me encontré otra atascada, pero en el carril de al lado. Obviamente la botella de zumo, en ciertas condiciones, quedaba atascada entre el espacio de caida y el cristal reforzado. Las soluciones de ingeniería son infinitas... un consultor chapucero considerará seriamente la opción de abrir de vez en cuando la máquina para quitar esa botella atascada, considerándolo una tarea de mantenimiento cuyo coste asumiría el cliente. ¿Y el que se ha quedado sin zumo? Que se joda.

A los ingenieros nos convierten en consultores. Nos quitan las ideas, las ganas de cambiar el mundo y nos vuelven productivos.

Antes de llegar aquí estaba en una empresa que, según creía, apostaba más por la ingeniería y la calidad que por la productividad basada en la venta de humo. Por desgracia para mí el espejismo duró 6 meses, la empresa realizó un giro peligroso hacia la consultoría de negocio, hacia la venta de mierda empaquetada y la proclamación de los derechos de los comerciales a tener una comisión digna. Yo huí como rata que abandona el barco, sin venda en los ojos, y me ofrecí a una empresa que vende carne de ingeniero al peso, por día trabajado. Al menos conozco el cliente al que me han vendido.

Pero, mientras tanto, me ha tocado una semana de aburrimiento y he aprovechado para comenzar desde el principio y recapitular qué he hecho mal, por qué he sido tan infeliz y por qué ahora mi carrera profesional me importa una mierda.

Bueno, dentro de lo que cabe, no es tan malo el tener nulo aprecio por el trabajo que desempeñas...